17.5.16

Eduardo Galeano

El segundo hogar de Galeano era un café antiguo que olía a madera. Allí se acercaba cada tarde y con tranquilidad se tomaba “el cafecito del día“. Un café internacional: Brasilero de nombre y con una camarera de origen andaluz (de Córdoba, para ser más exactos), de apellido Dios; el de la camarera, digo, y a Galeano, un popular enemigo de las religiones, parece hacerle gracia esta ironía. Cuenta que de chico fue un creyente místico pero con el correr de los años esa pasión se fue diluyendo, al enfrentarse a la verdad.




Galeano no sólo escribía bien, también tenía una gran habilidad con las palabras cuando conversaba. Las charlas en las que él participaba eran profundas, intensas y estaban llenas de color. Como interlocutor también era un hombre que volvía sobre sus pasos, y revisaba puntillosamente la conversación. Por eso, aunque en esa misma entrevista había dicho que abandonó la religión en busca de la verdad, más tarde aclara que la verdad única existe sólo en la cabeza de los dogmáticos. Y asegura que él no quiere saber nada con ese tipo de ideas, que prefiere celebrar la diversidad.
Y más tarde dice que el arte sirve para encontrar en la realidad lo que la realidad esconde, porque cada mundo esconde en su interior otros munditos posibles, sólo hay que saber buscarlos. Y en la diversidad, en esas posibilidades que se abren en una misma realidad, se centró su escritura, siempre en búsqueda, siempre rebelde, siempre avizora.
Una palabra que a Galeano le gustaba mucho era ‘política’; ese gastado y desvalorizado concepto que a veces pronunciamos por lo bajo. Y tenía una idea clara de lo que implicaba.







Y posiblemente la forma en la que buscó aferrarse a esa diversidad fue escribiendo. La literatura fue esa arma que le permitió abrirse camino en el mundo y rodearse de gente cariñosa, que le quiere, que le busca. Galeano observa que la literatura es un nexo fabuloso no sólo entre lectores y autores sino también entre lectores y caminantes. Porque las palabras se escapan de los libros y desandan su propio camino; nos golpean, nos arañan y se vuelven propias en la mente y en los ojos de cada lector.
Para Galeano la literatura fue una salvación; uno de esos mástiles a los que uno se aferra y que le permiten desarrollarse. Dice que escribe para llegar a otros, no para él.

La muerte le sorprendió cuando todavía estaba dando buena guerra. Con sus 74 años, Galeano seguía yendo al café Brasilero para que aquella joven de apellido Dios le sirviera el cafecito del día con acento andaluz; es decir, el cafelito.
Galeano es de esos personajes a los que te acercás y que se te quedan pegados, porque toda su literatura respira lucidez y batalla. Quizá eso tenga que ver con esa forma auténtica que tenía de ver la existencia, como una especie de vida llena de pequeñas muertes o de otras viditas, según como se mire: como esa realidad que encierra otros munditos esperando a ser descubiertos.






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 Eduardo Galeano en “Entrevistas para el recuerdo” > Poemas del Alma http://www.poemas-del-alma.com/blog/especiales/eduardo-galeano-entrevistas#ixzz48wABYJAe

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